Por lo general, las personas tendemos a evitar las situaciones que nos generan miedo o ansiedad. Se trata de una reacción natural de auto-protección. El profundo dolor por la ruptura de una relación de pareja, por ejemplo, puede hacer que evitemos involucrarnos emocionalmente en nuevas relaciones para, así, no correr el riesgo de volver a experimentar dicho dolor. O pensemos en el dolor que produce fracasar en el intento de alcanzar una meta importante: mientras algunas personas persistirán en sus esfuerzos, otras se verán disuadidas de persistir por el temor de volver a fracasar y sentirse devastados. Como puede verse, nos defendemos del dolor y de las situaciones que lo originan; y aunque se trata de una respuesta natural de auto-protección, estas respuestas también tienen el potencial de limitarnos enormemente: como se vio en los ejemplos anteriores, nuestros miedos y temores pueden impedirnos buscar pareja, involucrarnos emocionalmente en nuestras relaciones, conocer gente nueva, perseguir nuestras metas, y mucho más. A la luz de las profundas limitaciones y malestar que nos imponen nuestros miedos, es importante preguntarnos: ¿Viviremos como esclavos en la prisión del temor, o vamos a afrontarlo y liberarnos?

La gran paradoja de la evitación de las situaciones que nos producen ansiedad, es que es precisamente la evitación y el no afrontamiento de estas situaciones lo que mantiene la ansiedad a largo plazo. Esto implica que hasta que no afrontamos nuestros temores, no nos liberamos del sufrimiento y limitaciones que nos imponen. Este hecho puede resultar sorprendente y contradictorio para muchas personas que creen que evitar o huir de las situaciones que les producen ansiedad les va a liberar de esta. En síntesis, aunque muchos de nuestros temores representan peligros legítimos (p. ej., una serpiente venenosa, las alturas), otros temores exageran o distorsionan la amenaza que representan determinadas experiencias (p. ej., el fracaso, una ruptura amorosa) causando un sufrimiento y limitaciones innecesarias y contraproducentes. Ahora bien, si la evitación y la huida no son una respuesta saludable de cara a este tipo de temores exagerados o distorsionados, ¿en qué consiste la respuesta saludable?

De acuerdo con la investigación científica, la mejor respuesta de cara a reducir y eliminar nuestros miedos, inseguridades y ansiedad es el afrontamiento. Pero, ¿qué es el afrontamiento? ¿En qué consiste? Antes de ver lo que es el afrontamiento, es importante descartar lo que este no es: el afrontamiento no es oposición, resistencia, rebelión o agresión. Este tipo de reacciones son de naturaleza defensiva y más que ayudar a la extinción del miedo, se relacionan con experiencias negativas como frustración, rabia o resentimiento. El afrontamiento consiste básicamente en confrontar y exponernos repetida y prolongadamente a las situaciones que tememos. La exposición puede ser en vivo, cuando la persona se pone en la situación material que le atemoriza (p. ej., ir a un cementerio cuando se teme a la muerte), o en imaginación, cuando la persona visualiza la situación temida (p. ej., cuando la persona que teme la muerte imagina su propia muerte).

El éxito de la exposición depende, entre otras cosas, de que la persona no realice lo que se denomina “conductas de seguridad”, es decir, una serie de acciones que tienen la función de reducir activamente la ansiedad. Las conductas de seguridad incluyen típicamente la distracción, evitación o el escape. Por ejemplo, una conducta de seguridad en una persona con fobia social podría consistir en evitar los grupos en el trabajo para no tener que hablar en público o en ponerse gafas de sol para no tener que hacer contacto visual con los compañeros. Las conductas de seguridad suelen reducir la efectividad de la exposición y es por este motivo que es importante que la persona que se expone las identifique previamente y luego no se permita realizarlas. Por otro lado, la exposición es más efectiva si durante la misma la persona presta atención a sus reacciones emocionales, tales como la reducción del miedo o ansiedad, y a sus reacciones fisiológicas, como los latidos del corazón, su respiración, etc.

Se piensa que el mecanismo que explica la efectividad de la exposición consiste en que esta proporciona experiencias e información que son incompatibles con el miedo y la interpretación de amenaza. Durante la exposición la persona aprende por un lado que puede exponerse al estímulo temido sin que pase nada catastrófico, sentirse segura, y aprender a calmarse y reducir su ansiedad. Este nuevo aprendizaje de seguridad relativa coexiste con el aprendizaje de miedo y compite con este para que no produzca la respuesta de ansiedad. Si durante la exposición se presentan simultáneamente en la conciencia del sujeto la experiencia de miedo y la incompatible con el miedo, esto da lugar al inicio de un proceso denominado “reconsolidación” que puede resultar en el borrado o eliminación total de la memoria de miedo.