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La psicología científica se ha centrado tradicionalmente en el estudio de las patologías. Y no es de extrañar que esto sea así si uno piensa que la psicología tuvo su origen en médicos del siglo XIX a los que les llegaban pacientes que tenían síntomas tales como ansiedad o depresión. El principal interés de estos médicos era comprender el origen de estas patologías y curarlas. Todavía a día de hoy la mayoría de las personas asocian la psicología en general con la psicología clínica en particular (es decir, con el diagnóstico y tratamiento de psicopatologías). 

Sin embargo, en los últimos veinte años muchos psicólogos e investigadores se han enfocado en lo que se denomina psicología positiva, es decir, el estudio científico del crecimiento personal, el desarrollo y bienestar óptimos, o la superación personal. A diferencia de la psicología clínica, la psicología positiva busca mejorar la vida de las personas independientemente de si tienen o no una psicopatología. Oficialmente, se considera que el estudio científico la psicología positiva comienza al rededor del año 2000 con los trabajos de Martin Seligman. Los estudios de esta disciplina se centran en la exploración e investigación de los factores que contribuyen a mejorar la vida de las personas: entre estos factores, destacan, por ejemplo, la inteligencia emocional, las relaciones positivas con los demás, el optimismo, la resiliencia, la sabiduría, la creatividad, la generosidad, la amabilidad, y muchas otras.

En su libro La Auténtica Felicidad, Martin Seligman propone que hay tres tipos de vida feliz: la vida de los placeres, la vida buena y la vida con sentido. La vida de los placeres según este autor es una vida en la que la persona se enfoca en la experiencia de sensaciones y emociones placenteras, ya sea en el contexto de los hobbies, de las relaciones sociales, del entretenimiento, etc. Por su parte, la vida buena corresponde a aquella que viven las personas que buscan desafíos y experiencias de flujo, es decir, experiencias en las que realizan tareas que les llevan al límite de sus capacidades y para las que tienen que poner toda su atención y habilidad. Por último, el autor postula una vida con sentido que consiste en aquella que viven las personas que tratan de contribuir a algo más grande que ellas mismas.

En su posterior libro, Florecer, Martin Seligman propone una teoría del bienestar que consta de cinco pilares: emociones positivas, implicación, relaciones, significado y logros. Según este autor, toda persona que alcanza el bienestar auténtico ha de haber transitado positivamente por cada una de estas cinco facetas, experimentando: emociones positivas, tales como alegría, gozo, asombro, orgullo, y muchas otras; estados de flujo e implicación en tareas complejas o desafiantes que le lleven al límite de sus capacidades actuales; relaciones positivas con los demás, que implican afecto y apoyo mutuos, confianza e intimidad; significado o propósito en relación a lo que hace, ya que lo hace motivado por sus intereses y valores más profundos, y no por presiones externas u obligaciones; y alcanzando logros, es decir, mediante la búsqueda de la maestría o dominio de las tareas, habilidades o conocimientos.

Otro de los precursores de la psicología positiva es la teoría de la autodeterminación de Edward Deci y Richard Ryan. Esta teoría postula la existencia de tres necesidades psicológicas: relación, competencia y autonomía. La satisfacción de estas tres necesidades llevaría a las personas a experimentar un mayor bienestar emocional, y un funcionamiento y desarrollo psicológicos óptimos. La necesidad de relación se refiere a nuestra necesidad de tener y mantener relaciones interpersonal positivas, de afecto y apoyo mutuos, y basadas en la intimidad y la confianza. A su vez, la necesidad de competencia se refiere a nuestra necesidad de aprender y dominar nuevas habilidades y conocimientos. Finalmente, la necesidad de autonomía se refiere a nuestra necesidad de desarrollar nuestros intereses y valores más profundos, y a no hacer las cosas motivados siempre por obligaciones o presiones externas. Una característica fundamental de las necesidades psicológicas es que cuando realizamos actividades motivadas por estas (por ejemplo, socializar motivados por la necesidad de relación, o realizar un hobby o deporte motivados por la necesidad de competencia), dichas actividades nos resultan gratificantes en sí mismas, es decir, las realizamos porque nos resultan placenteras y satisfactorias, y no porque queremos lograr un fin distinto por medio de dichas actividades. Veamos un par de ejemplos en los que una misma acción puede estar o no motivada por alguna de estas necesidades: imaginemos que una persona hace deporte únicamente porque desea adelgazar y gustar a los demás; en este caso, la conducta de hacer deporte no está motivada por ninguna de las necesidades arriba mencionadas; sin embargo, si la persona hace deporte porque le resulta gratificante en sí mismo y porque le gusta el desafío físico que conlleva, entonces dicha conducta está motivada por la necesidad de competencia. Otro ejemplo sería el de una persona que ayuda a otra sólo para poder pedirle un favor en el futuro; en este caso, el prestar ayuda no está motivado por ninguna de las necesidades mencionadas; no obstante, si le presta ayuda porque le importa la otra persona, esta conducta estaría motivada por la necesidad de relación.

Uno de los aspectos más importantes de la psicología positiva son sus intervenciones. Hay muchos tipos distintos de intervenciones de psicología positiva. En este artículo nos enfocaremos exclusivamente en aquellas que buscan fomentar la resiliencia y la inteligencia emocional. La resiliencia es la capacidad de las personas para sobreponerse a los obstáculos y adversidades en la vida. Las intervenciones que fomentan la resiliencia lo hacen a través de programas en los que se educa a los participantes a utilizar una serie de habilidades que incluyen la regulación emocional, el control de los impulsos, optimismo, empatía, análisis causal y crecimiento personal. La investigación avala la importancia de desarrollar resiliencia, ya que las personas más resilientes experimentan menos estrés, ansiedad y depresión, y más emociones positivas, satisfacción vital y optimismo. Por su parte, la inteligencia emocional se refiere a la capacidad de percibir, identificar, comprender y regular las propias emociones y las de los demás. Aunque el concepto de inteligencia emocional fue popularizado por el periodista Daniel Goleman, el modelo más popular en psicología es el de Peter Salovey y John Mayer publicado en 2004. Las personas con mayor inteligencia emocional tienden a experimentar mayor éxito académico y laboral, mejores relaciones sociales y mayor bienestar físico y psicológico, así como mayor satisfacción vital y autoestima, y menor ansiedad y depresión. Los distintos programas de la psicología positiva que buscan mejorar la inteligencia emocional de los participantes suelen tener en común la realización de tareas que buscan mejorar la identificación de emociones, la comprensión de las emociones, el uso de las emociones para facilitar el pensamiento, y la gestión de las emociones. La gestión emocional es un componente particularmente importante de la inteligencia emociona que consiste en intentar cambiar la frecuencia e intensidad con que se experimentan ciertas emociones; este cambio puede llevarse a cabo modificando creencias (por ejemplo, cambiando el significado amenazante que damos a una situación por otro más positivo), pensando de manera optimista, respirando profundamente, haciendo ejercicios de relajación, etc.

Ahora bien, a pesar de los avances y perspectivas proporcionadas por la psicología positiva, es necesario ofrecer un contrapunto. Varios expertos han advertido a lo largo de los últimos años acerca de lo que se ha venido a llamar “positividad tóxica”. Este término se refiere a la expectativa aparentemente promovida por algunos sectores de la psicología positiva de que uno ha de estar siempre bien, lo cual puede llevar a ciertas personas a ignorar o reprimir sus emociones y experiencias negativas. Naturalmente, la positividad nos ayuda a crecer, a perseverar ante los obstáculos, a sobreponernos ante los golpes de la vida. Así, el optimismo y las actitudes positivas ante las adversidades son un elemento necesario para el buen funcionamiento de toda persona. Sin embargo, cuando la positividad implica que la persona no acepta las experiencias desagradables—tales como las preocupaciones, la culpa, la tristeza, la ansiedad, o los recuerdos negativos—y trata de evitarlas o reprimirlas, el resultado es que dichas experiencias desagradables no se procesan correctamente, no se integran. Muchas de estas emociones y pensamientos desagradables pueden incluso crecer con el tiempo como resultado de dicha evitación y represión. Por este motivo, hay que cuestionar la positividad tóxica. Si imaginamos que un ser querido acaba de fallecer, nuestra reacción natural sería de un profundo sentimiento de pérdida y de tristeza. Estos sentimientos podrán resultar desagradables y dolorosos pero no son malos o disfuncionales en sí mismos; de hecho, estos sentimientos son la evidencia de que la persona que ha fallecido era muy importante para nosotros, que nos importaba. Por tanto, nuestra tristeza y pérdida son en realidad una parte inseparable de nuestro vínculo afectivo con nuestro seres queridos;  y lo que necesitamos no es experimentar exclusivamente emociones positivas sino aprender a estar en paz con nuestras emociones negativas y a no luchar contra ellas. De hecho, las emociones negativas nos dan información valiosa acerca de nosotros mismos: si experimentamos ansiedad ante lo que puedan pensar los demás acerca de nosotros, esto quiere decir que nos sentimos amenazados por la posibilidad de ser rechazados por aquellos; si sentimos tristeza por la pérdida de una persona, eso significa que dicha persona era importante para nosotros; si nos sentimos vacíos y a la deriva, esto significa que no tenemos un claro propósito de vida que le dé sentido. Por tanto, las emociones negativas son necesarias contienen información crucial acerca de nosotros, de nuestras inseguridades e intereses más profundos, y, en lugar de ignorarlas o evitarlas, hemos de aprender a procesarlas correctamente e integrarlas.

Dado que por instinto las personas tendemos a evitar todo aquello que nos resulta doloroso o desagradable, hemos de aprender a tomar conciencia de estas resistencias y conductas de evitación y a suspenderlas. Para ello (y esto nos lleva a otro tema del blog titulado «¿Qué es el mindfulness?”), necesitamos aprender a prestar atención a nuestros pensamientos, actitudes, emociones, y conductas. Por lo general, nos somos conscientes de lo que pensamos, sentimos y hacemos. Para tomar conciencia de estos procesos internos es necesario prestarles atención, cosa que la mayoría de personas no hace de manera natural y espontánea. Más bien, solemos estar focalizados en las situaciones externas y, cuando no es así, solemos estar perdidos en nuestros pensamientos y divagaciones. Por este motivo, las personas necesitamos entrenarnos en llevar nuestra atención a nuestras actitudes, pensamientos, emociones y conductas, así como en identificar y dejar de alimentar nuestras resistencias y escapatorias a experiencias internas que nos resultan desagradables.

En resumen, la psicología positiva es una rama de la psicología que ha surgido hace relativamente poco tiempo y cuyo interés consiste en estudiar los factores que promueven el bienestar y desarrollo óptimos de las personas, en contraposición a la psicología general (y en especial la clínica) que ha puesto su foco en el estudio de las vulnerabilidades, problemas y trastornos psicológicos. Además de dedicarse a la investigación de estos factores, la psicología positiva también se dedica al desarrollo de programas de intervención para desarrollarlos y potenciar el bienestar y desarrollo de sus participantes, con intervenciones que van desde la promoción de la resiliencia y la inteligencia emocional, hasta otras que buscan promover el optimismo, la gratitud, la amabilidad, la consecución de metas importantes, la compasión, el pensamiento positivo, la visualización de la mejor versión de uno mismo, y muchas más. 

Dado que el desarrollo de estas intervenciones está todavía en una fase inicial, hará falta mucha más investigación para establecer la eficacia de cada una de ellas y separar las que funcionan de las que no. Si bien el énfasis de la psicología positiva reside en el bienestar y el desarrollo óptimo, no hay que olvidar que esto no debe implicar actitudes de resistencia ante experiencias desagradables tales como emociones negativas (p. ej., soledad, ansiedad, tristeza) o pensamientos negativos (p. ej., preocupaciones, rumiaciones). Es, por tanto, tan importante aprender a desarrollar nuestro potencial y a disfrutar de las experiencias placenteras que nos ofrece la vida, como a aceptar las experiencias dolorosas e inescapables que también forman parte intrínseca de la misma.